viernes, 4 de enero de 2008

HARD CANDY

Caperucita feroz


Estados Unidos, 2005
Título original: Hard Candy.
Director: David Slade.
Producción: Michael Caldwell, David Higgins, Richard Hutton y Jody Patton.
Guión: Brian Nelson.
Fotografía: Jo Willems.
Música: Molly Hyman y Harry Escott.
Montaje: Art Jones.
Duración: 103 minutos.
Intérpretes: Ellen Page (Hayley Stark), Patrick Wilson (Jeff Kohlver), Sandra Oh (Judy Tokuda), Jennifer Holmes (Janelle), Gilbert John (Camarero).

Publicado en La Semana, 17/5/2006



El termino ‘hard candy’, que da título a la película que hoy tratamos, pertenece al argot de Internet y hace referencia a la adolescente menor de edad que aparenta ser mayor de lo que realmente es, y que es aquí la protagonista casi exclusiva de una película durísima, que hace sentir mal al espectador (sobre todo al sector masculino), y que ha sido multipremiada en diversos festivales (mejor película, guión y premio del público en Sitges; mejor película, director, actriz y fotografía en la Semana de Cine Fantástico de Málaga; además de participar en varios certámenes internacionales más)
Hayley es una joven de catorce años que conoce a través de una chat a Jeff, un fotógrafo que supera la treintena. Los dos quedan en un bar, y tras una animada charla, y por iniciativa de ella, se van a la casa de él. Pero Jeff no sabe que acaba de cometer el mayor error de su vida, ya que la joven, que está convencida de que su cita es el pederasta que asesinó a su amiga, sólo pretende tomarse la venganza por sí misma, y le hará pasar a Jeff la peor experiencia de su vida.
Hard Candy supone el debut como director de David Slade, afamado director de videoclips, y el tema elegido no ha podido ser más arriesgado (quizás sólo comparable al fascinante filme de Jeannette Wagner, Liebeskind –visto aquí el pasado Sevilla Festival de Cine- sobre una relación de amor incestuosa entre padre e hija). El espectador no se siente cómodo casi en ningún momento, ya que se encuentra en una difícil situación: sentir lástima y asco, respeto y odio, a partes iguales, por los dos protagonistas. En un principio es al (presunto) pederasta al que se odia, a la chica a la que se admira, pero poco a poco, viendo el sufrimiento al que le somete y la crueldad con que lo hace, empezamos a sentir un sentimiento favorable hacia el fotógrafo, pero claro, no nos sentimos a gusto defendiendo a un ser tan despreciable.La película es un fabuloso tour de force entre la pareja protagonista, que permanece en pantalla casi todo el metraje (sólo aparecen otros tres intérpretes, que suman no más de dos minutos en pantalla), con diálogos llenos de fuerza, situaciones insostenibles e interpretaciones, sencillamente, soberbias. A él lo hemos visto en El fantasma de la ópera y El Álamo, ella es muy conocida en su Canadá natal, y pronto lo será en todo el mundo gracias a su papel en la tercera entrega de X-Men, donde interpreta a Shadowcat.
Hard Candy es una película difícil de catalogar, difícil de soportar de un tirón, sobre todo si se es de estómago delicado y se tienen ciertos ideales. Sobre todo por el ya mencionado tema de la dificultad de aceptar, en una sociedad como la actual, el hecho de tomarse la venganza por uno mismo, esa ley del talión difícil de comprender en ocasiones, y la dureza con la que se actúa para llevarlo a cabo.
Esta especie de cuento de hadas al revés (la chica aparece varias veces con una caperuza roja, como la niña del cuento, y el fotógrafo supuestamente pederasta es lo más parecido a un lobo en busca de su presa –sólo que a través de Internet-) es una de las cintas más fascinantes que ha llegado a nuestras salas en los últimos tiempos.
Una versión adulta, actualizada y violenta del clásico Caperucita Roja, en el que a la pequeña no le hace falta ningún cazador que la libre del peligroso lobo que pretende devorarla. Ella solita se basta para zafarse del peligro, aunque, claro, lobos, lamentablemente, hay muchos.

THE GOOD GIRL

Aniston apunta alto

Estados Unidos, 2001.
Título original: The good girl.
Director: Miguel Arteta.
Producción: Matthew Greenfield.
Guión: Mike White.
Fotografía: Enrique Chediak.
Música: Stephen Thomas Cavit.
Montaje: Jeff Betancourt.
Duración: 93 minutos.
Intérpretes: Jennifer Aniston (Justine Last), Jake Gyllenhaal (Holden Worther), John C. Reilly (Phil Last), Tim Blake Nelson (Bubba), Zooey Deschanel (Cheryl), Deborah Rush (Gwen Jackson), Mike White (Corny).
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Publicado en La Semana, 5/2/2003



Cada vez más, el cine independiente acude más a actores-actrices conocidos por todo el mundo para otorgar a sus filmes de un mayor tirón comercial de cara a la taquilla, a la vez que estos mismos actores-actrices, cada vez con mayor frecuencia, se inmiscuyen en proyectos independientes (incluso bajando su caché en cifras escandalosas) en busca de trabajos de mayor calidad no regidos por un presupuesto estratosférico y de un mayor reconocimiento de su labor interpretativa cara a la crítica. La última en sumarse a la lista ha sido Jennifer Aniston, mundialmente famosa por su papel en la gran serie Friends y por su matrimonio con Brad Pitt, que en los últimos meses ha recibido el reconocimiento a su trabajo televisivo con la concesión del Emmy y el Globo de Oro a la mejor actriz de comedia, y que con este filme intenta dar el paso definitivo al cine y demostrar que la pantalla grande también es terreno para demostrar su talento.
Justine es una chica con una existencia deprimente, que vive en un pequeño y deprimente pueblo de la América profunda y que tiene un deprimente trabajo en un supermercado de mala muerte, el Retail Rodeo. Justine, casada con un pintor de brocha gorda que se pasa el día fumando marihuana, tiene el sueño de tener un hijo para intentar salir de la rutina que peligrosamente se está haciendo con el control de su vida, pero por mucho que lo intenta no lo consigue. Un día llega para trabajar al supermercado un chico extraño, problemático e incomprendido, como ella, con aspiraciones literarias y que le despierta nuevas sensaciones y pese a su inicial reticencia (“¡estoy casada!”) inician una relación.
Pero esta no es una película romántica. Justine, la protagonista, no inicia la relación porque se haya enamorado del chico (años más joven que ella) y porque sea correspondida, ni porque su marido sea un cerdo que no le hace el más mínimo caso y que cuando vuelve del trabajo con pintura hasta en los párpados se tumbe en el sofá y lo manche todo. Simplemente quiere demostrarse a sí misma que es capaz de hacerlo, esa rebelión con toda la sociedad (y consigo misma) que ha conducido su vida hasta llevarla a donde está, a esa existencia gris, aburrida, es una rebelión sin estridencias, sin hacer mucho ruido, pero una vez decidido no se para a pensar.
El puertorriqueño Miguel Arteta muestra un trabajo solvente, al que sólo puede ponérsele un ‘pero’, un final poco valiente, que no deja bien parado a ninguno de sus personajes después de la trayectoria que han seguido durante la historia, y que no concuerda con el estilo utilizado hasta ese momento en unos personajes muy bien desarrollados y con unos rasgos bien definidos (atención a la compañera bocazas de Justine, y sus comentarios a los clientes, sobre todo ese –en la versión original- “Your change, and fuck you very much”). Jennifer Aniston realiza un trabajo soberbio, incluso gestualmente, hasta su cara y mirada parece distinta a la Rachel de Friends. Un trabajo que ha sido unánimemente reconocido por la crítica y los festivales en los que esta cinta ha participado y que no sería nada extraño que le proporcionase a la actriz una nominación a los próximos Oscar (y digo nominación, porque es más que probable que este año la estatuilla se la lleve Nicole Kidman).

FRÁGIL

El patito feo y el príncipe


España, 2004.
Director: Juanma Bajo Ulloa.
Producción: Juanma Bajo Ulloa.
Guión: Catalina Gilabert.
Fotografía: Unax Mendía.
Música: Bingen Mendizábal.
Montaje: Pablo Blanco.
Duración: 112 minutos.
Intérpretes: Muriel (Venus), Julio Perillán (David), Inma Colomer (Rita), María Bazán (Abi), Lidia Navarro (Isabel), Violaine Estérez (Chloe), Paula Pizzi (Francesca), Silvia Segovia (Marta), Bibiana Schönhöfer (María), John G. Rubin (Felix), David Christophersen (Nicholas), Paul Black (Thorwald).
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Publicado en La Semana, 20/4/2005.
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Ocho años después de que Juanma Bajo Ulloa estrenara su última película (la insufrible Airbag), el director vasco se pone de nuevo tras las cámaras, recuperando su estilo, su trayectoria previa a la cinta mencionada, y tratando de nuevo, en cierto modo, claro, un cuento de hadas. Y es que, es innegable que Frágil está mucho más cerca de sus primeras obras (Alas de mariposa y La madre muerta) que de Airbag, realizada simplemente para obtener beneficios.
Venus es una joven que se ha criado en la montaña, sin su madre (muerta en el parto), la única presencia humana es la de su padre, hombre hosco y parco en palabras, y la visita ocasional de algún vecino. La chica crece con el recuerdo de un niño que años atrás le dijo que la querría para siempre. Cuando el padre fallece, la ingenua Venus decide partir en busca de su sueño, de su príncipe azul, al que encontrará en David, un pedante actor joven que está a las puertas de convertirse en estrella. Venus consigue entrar a trabajar en la mansión de éste como jardinera. Pero la bondad y fragilidad de Venus, que no sabe de relaciones con las personas, de la vida en la ciudad, y la ‘envidia’ de las demás asistentas del hogar, la llevarán a la sentirse una mierda, a la anorexia, mientras su amado juega con ella, manteniendo una relación con la exuberante actriz con la que rueda su próxima película.
Bajo Ulloa realiza aquí una arriesgada propuesta, un salto al vacío sin red, en el que, salvo por algunos momentos que aburren ligeramente, sale victorioso. La cinta, que se ha realizado con un presupuesto exiguo, tiene uno de sus puntos fuertes en la acertada elección de la puesta en escena, muy de cuento de hadas (el patito feo, la chica regordeta y feucha que busca a su príncipe azul, que vive en un castillo, y que tiene unas criadas -las ‘hermanas’ de Venus- que la envidian (al menos en principio), y el ambiente de edad media, con príncipes, caballeros, etc., presentes en la historia que están rodando en la película), y por la elección de los intérpretes, desconocidos casi en su totalidad, que dan la frescura que esta película necesita (en especial, la actriz sevillana Muriel, protagonista indiscutible de la cinta).
Pero la historia de amor, el cuento de hadas, no es todo lo que Frágil nos cuenta. Una parte fundamental del argumento es la recreación de un turbio mundo del cine, unos actores, productores, directores... que van de estrellas, que consumen drogas a mansalva, es decir, algunos tópicos ya vistos en multitud de cintas y que aquí, son el contrapunto al mundo de ilusiones en el que vive Venus.
Frágil es una cinta que fascina, es una original y muy arriesgada propuesta, no tanto por lo que se cuenta si no por cómo se cuenta, lejos de convencionalismos de los que ya estamos más que hastiados, y con un final radical, y poco esperado.

jueves, 3 de enero de 2008

EL PESO DEL AGUA

La joya escondida

E
Estados Unidos, 2000.
Título original: The weight of water.
Directora: Kathryn Bigelow.
Producción: Janet Yang, Sigurjon Sighvatsson, A. Kitman Ho.
Guión: Alice Arlen y Chris Kyle, basado en la novela de Anita Shreve.
Fotografía: Adrian Biddle.
Música: David Hirschfelder.
Montaje: Howard E. Smith.
Duración: 114 minutos.
Intérpretes: Sean Penn (Thomas Janes), Elizabeth Hurley (Adaline Gunne) Catherine McCormack (Jean Janes), Sarah Polley (Maren Hontvedt), Josh Lucas (Rich Janes), Ciarán Hinds (Louis Wagner), Ulrich Thomsen (John Hontvedt), Anders W. Berthelsen (Evan Christenson), Katrin Cartlidge (Karen Christenson), Vinessa Shaw (Anethe Kristhenson)

No publicada previamente
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A veces nos llegan joyas escondidas bajo un título poco espectacular y con poca publicidad a sus espaldas. El peso del agua es una de ellas. Estamos ante un filme que basa su poder en la fuerza de sus imágenes y en su trama que une dos momentos históricos y dos grupos de personajes, y los une más de lo que parece a primera vista.
Jean es una reportera fotográfica que acude con su marido, un escritor que pasa una mala racha creativa, su cuñado y su guapa novia en el velero de este último, a unas islas en las que un siglo atrás se cometieron unos terribles asesinatos. La pretensión inicial es hacer un análisis del homicidio y qué empuja a la gente a cometer esos actos, pero pronto la fotógrafa empieza a intuir que algo falla en la historia y que posiblemente, el hombre que fue ahorcado por las muertes de dos mujeres, no fuera el culpable. No es este el único elemento que une ambas historias. Es más, se podría decir que son historias simétricas, aunque los personajes varíen en ella. Sería el mismo caso de la Intolerancia que David Wark Griffith dirigiera en 1916, por poner un ejemplo. Es decir, varias historias, ambientadas en tiempos muy lejanos, unidas por el mismo nexo, un tema común, la lucha por lograr la libertad frente a los intolerantes. En El peso del agua, en ambas historias (la ambientada en las islas a finales del siglo XIX, y la recreada en un velero en la actualidad) se sigue la misma trama: hay un personaje al que un hecho tormentoso de su pasado le ha hecho marchar a otro lugar, en ambos casos se trata de la ruptura de una relación amorosa que terminó bruscamente, y en ambas las personas que sufrieron ese trauma están casados con alguien que no supera (prácticamente no le llega a la suela de los zapatos) al amor perdido; en ambas, con la aparición de una bella mujer (Vinessa Shaw en el pasado, Elizabeth Hurley en la actualidad) aparecen los celos, que van creciendo en intensidad a medida que pasa el tiempo; en ambas, unida a los celos, hay una creciente obsesión paranoide del personaje que los sufre; y ambas incluyen un asesinato (o intento de) que conlleva un posterior (uno más instantáneo que otro) arrepentimiento e intención de restaurar la calma y reparar el mal hecho.
El peso del agua es un filme hipnótico, de gran fuerza visual, mucho mejor de lo que muchos dicen (algunos directores han sido elevados al Olimpo de los Dioses por muchísimo menos) y con unas grandes interpretaciones, entre las que indiscutiblemente destaca la mirada dura, arrebatadora y cargada de dramatismo de Sarah Polley, sin duda, la mejor en escena.